Síntesis de la cuestión social anual de curso 2022 – 2023 para todas las Logias de la Confederación Internacional de Logias Escocesas (CILÉ)

La democracia, sus principios y valores
Los fundamentos de la democracia son un conjunto de principios intangibles y valores compartidos, estos últimos sujetos a evolución, dependiendo del tiempo o lugar en el que nos encontremos. La igualdad de derechos de los ciudadanos, la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial y la organización de elecciones en las que el pueblo se declara soberano, definen el carácter democrático de un Estado.
De los valores democráticos, nos detendremos principalmente en la libertad o libertades de los ciudadanos, la justicia y el trato justo, la tolerancia recíproca, el respeto por uno mismo y por los demás, el respeto al Estado de derecho y la solidaridad entre las personas.
Fue a partir del siglo de las Luces cuando el liberalismo y la democracia se afianzaron en la mayoría de los países europeos, ansiosos por pasar página de siglos de privación de sus libertades. Sin embargo, este advenimiento de la democracia -todavía reciente en España- no está exento de contradicciones y debilidades. Si tomamos como ejemplo la igualdad de oportunidades sin distinción de género, sexo o etnia, chocamos contra desigualdades en el ámbito económico y social.
También existe actualmente una confusión entre la libertad individual, la libertad de conciencia y la práctica religiosa, muchas veces utilizada con fines políticos o incluso electorales. Esto nos lleva a los confines de la democracia, a la frontera de lo tolerable para que el fanatismo o los fanatismos no se impongan en nuestras sociedades occidentales. Sobre todo no él, sino los fanatismos religiosos. La democracia, al fin y al cabo, es la aceptación del otro, de la diferencia y de la duda. Al igual que la ciencia, hace más preguntas de las que responde. La democracia rechaza las verdades impuestas y se caracteriza por la búsqueda del consenso colectivo. De ahí la dificultad y la angustia que genera. Si comparamos los principios y valores democráticos con las prácticas fanáticas, está claro que una democracia es un edificio muy frágil.

No solamente fanatismo religioso
Hay que decir como preámbulo que todas las religiones son respetables, perfectamente se puede practicar, o no, una religión sin caer en el fanatismo. Sería peligroso confundir religión con fanatismo. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que hoy en día en la esfera pública, el islam y el islamismo a
menudo se confunden.
Las estadísticas muestran que la práctica religiosa vinculada al cristianismo está en declive en toda Europa y, en general, está separada de los asuntos del Estado. Aunque cabe señalar que en España la Iglesia Católica ha recibido del Estado aportaciones que no tienen otras religiones. El hecho es que los fenómenos extremos permanecen y son aún más espectaculares. ¿Llevan las religiones dentro de sí las semillas del fanatismo? Los filósofos de la Ilustración estaban convencidos de esto.
El fanatismo religioso es un apego extremo, exclusivo y una sumisión radical a una religión. Da como resultado la imposición de creencias y reglas de vida y la total intolerancia a la más mínima desviación. Genera violencia, discriminación y conduce a la ceguera intelectual total. Para un fanático no hay límite a la imposición de su verdad: conversión, destrucción, muerte, incluida la suya. Sea uno disidente de una religión dominante (no menos fanático en general), o seguidor de creencias y prácticas religiosas diferentes, el fanático es siempre el otro.
Ya sea discurso de odio, agresión verbal o violencia terrorista, la historia y las noticias recientes están llenas de ejemplos de intolerancia ciega y destructiva. Cabe preguntarse también si el fanatismo religioso no toma hoy formas más insidiosas, menos asesinas pero igual de peligrosas, con el auge del radicalismo en las tres religiones monoteístas, la de la intolerancia y del refugio en el comunitarismo. Estos comportamientos son golpes mortales para la democracia que amenazan inevitablemente los derechos y libertades individuales, la seguridad de los ciudadanos y vulneran los principios de igualdad y tolerancia. Pero, ¿el fanatismo es sólo religioso? El auge y éxito del radicalismo no se restringe a la religión, se extiende a todos los sectores de la sociedad y se ve amplificado por la actual ‘cultura de la cancelación’, la desinformación, el culto a la inmediatez y las reacciones emocionales, y el cada vez más bajo nivel educativo. Además, ¿podría ser que la actual crisis ambiental con el cuestionamiento de los valores capitalistas vuelva a barajar las cartas y abra la puerta a todas las formas de fanatismo, incluidos los ambientales.

La democracia en peligro
Como hemos visto, la democracia es un estado frágil. Como ejemplo reciente podemos citar a Israel, donde los ultra ortodoxos están en proceso de modificar profundamente la política de un país que originalmente era genuinamente democrático.
Entonces, ¿cuáles son las raíces de estos fundamentalismos ? ¿Será la incapacidad de la segunda mitad del siglo XX para construir un mundo mejor donde cada uno tenga su lugar? ¿Es el fracaso de la integración de generaciones de inmigrantes en determinados países? ¿Es la quiebra de los estados? ¿El aumento de las desigualdades y el creciente sentimiento de exclusión? ¿La búsqueda de la solidaridad que ofrecen las comunidades religiosas? ¿Las sucesivas crisis? Este repliegue en sí mismo, este repliegue en la identidad, del que la religión es a menudo un elemento esencial, son fenómenos preocupantes para nuestras democracias.
El fanatismo religioso y el extremismo ideológico utilizan la mentira y la manipulación para lograr sus fines. Juegan con las emociones y los sentimientos en detrimento de la razón. La razón y el fanatismo son como el agua y el aceite, se repelen y son incompatibles.
¿Qué les queda a las democracias por luchar sin negar sus valores? La respuesta puede estar en la pregunta. Estos valores que sin duda han permitido afirmar y desarrollar la democracia desde el siglo XVIII.

Entonces, ¿qué podemos hacer?
Uno no nace fanático. Los gobiernos y los ciudadanos deben trabajar juntos para proteger los valores democráticos y combatir el fanatismo religioso. Ya sea a través de la educación, campañas de concientización, programas para prevenir la radicalización o acciones legales por episodios de odio y violencia.
Promover nuestros valores y sobre todo el de la laicidad, debe permitir responder al riesgo que supone el fanatismo religioso para nuestras democracias. Promoverlos no es suficiente. Debemos vivirlos, aplicarlos y levantarnos cada vez que se vean amenazados. Por eso es fundamental la educación en la responsabilidad de los ciudadanos. Se necesita coraje, tenacidad y voluntad para permanecer sordos a los grupos de presión. De alguna manera usando nuestras herramientas, la escuadra, la plomada, el nivel, la regla y el compás para construir un mundo viable donde cada uno encuentre su lugar sin miedo. Estar alerta cuando se propongan reformas que afecten la constitución de los estados, su representación, los mandatos electivos y la representación de todas las corrientes políticas. Parafraseando a Gandhi: ‘Seamos el cambio que queremos ver en este mundo’.
¿No hay también trabajo por hacer del lado de nuestra institución? La tradición ritual masónica define quiénes somos, incluso cuando pertenecemos a una Masonería adogmática y mixta. La Francmasonería ha sido el crisol de grandes avances progresivos. Pero cuando hablamos de laicismo, ¿la noción de Gran Arquitecto del Universo no está en contradicción con este valor? Llevado al extremo, ¿seríamos capaces de respaldar simbólicamente la teoría del «diseño inteligente» donde la superstición y la creencia pretenden suplantar la teoría darwinista de la evolución en las escuelas? Lo que constituyó el aspecto progresista social o incluso vanguardista de la Francmasonería, ¿no debería ser reexaminado hoy a la luz de la explicación empírica, la lucha contra la superstición y la lucidez para comprender a lo que nos enfrentamos?
Tengamos cuidado de no dar razón simbólicamente a la creencia en detrimento de la luz del conocimiento y presentémonos al mundo exterior como una organización del siglo XXI, que lleva resueltamente una democracia laica, libre de contraejemplos y que lucha contra el fanatismo religioso.
Nuestro ADN nos lleva a buscar la luz aunque parezca extinguida, a construir puentes en lugar de levantar muros, a buscar una tercera vía más allá de la polarización del blanco y el negro.
La democracia nunca ha estado tan amenazada como hoy, aunque la construcción de Europa, portadora de valores que son los nuestros, constituye una esperanza. Los propios valores democráticos fueron decisivos en la implantación de una “cultura de la tolerancia”, ¡sin darnos cuenta de que toleramos precisamente lo que no era tolerable con el único objetivo de no ser tratados como intolerantes! En nuestra calidad de Masones, atrevámonos, estemos atentos y sigamos trabajando y construyendo para que triunfen los valores humanos