Si algo nos recuerda los sucesos desencadenados a raíz de la invasión rusa de Ucrania el pasado veinticuatro de febrero, es la capacidad del ser humano contemporáneo para arrasar con todo, entrando fácilmente en una dinámica que puede resumirse en el título de este artículo. Que me perdone el movimiento feminista por plagiar el lema por excelencia para la defensa del derecho al aborto, pero creo que no existe mejor manera de resumir lo que está pasando.
Por un lado, nada de esto debería sorprendernos, habida cuenta de la historia de la humanidad y del rumbo de los acontecimientos en las últimas décadas. Por otro lado, en un nivel más analítico y puramente intrínseco de la naturaleza humana cabe preguntarse, ¿qué lleva a determinados individuos a tender a actitudes destructivas, siendo esta que nos ocupa, potencialmente, el exponente de mayor magnitud de nuestros tiempos?
Como podrá apreciarse, no son estas líneas un intento de desmenuzar las causas socio políticas de este conflicto, ni tampoco sus repercusiones. Se trata de tomarlo como punto de partida para recordarnos que la cara menos amable de nuestros semejantes, aunque oculta la mayor parte de tiempo, existe. Y cuando nos mira directamente, o bien pensamos estar soñándola o bien reconocer que la estamos viendo es, en ese primer momento, la última de las opciones.
La evolución de la especie humana ha hecho que materialmente pueda crear prácticamente de todo y en efecto, lo haga. Se trata, no sólo del superdepredador por excelencia, sino de la única especie capaz de modificar el entorno en su propio beneficio. En el otro lado de la balanza, la clara involución de nuestras sociedades origina que éstas destruyan lo que generaciones precedentes han edificado. Sin embargo, la aniquilación no se detiene ahí. Ni qué decir tiene, que es imposible de olvidar la cantidad de especies extintas debido a la acción humana o la sobre explotación y contaminación de cuantiosos recursos naturales a manos de sociedades que son cada vez menos críticas y nada tendentes hacia la intelectualidad. Esto, descompensa la báscula de nuestras acciones individuales, las cuales repercuten en los ecosistemas sociales a los que pertenecemos. Abundan los radicalismos y fanatismos, enemigos claros de cualquier pensamiento racional. Más ejemplos al margen de la realidad que nos está tocando vivir se exponen a continuación. Destacaría la destrucción de Palmira debido a la irreparable pérdida patrimonial que su demolición ha supuesto o en una escala mucho más pequeña, citaría cualquier acto de vandalismo, particular o colectivo, espontáneo u organizado; cualquiera de esos que estamos cansados de ver aprovechando manifestaciones, abusando y ultrajando el concepto de libertad de expresión.
Y así, desde la base hasta la gravedad más absoluta de este tipo de comportamientos, es como se fragua el desastre y sin embargo, ahí no acaba la cosa; ni mucho menos lo dicho hasta ahora se corresponde con un análisis completo. La exposición íntegra de motivos sería compleja y abarcaría incluso micro actitudes que pueden pasar desapercibidas: desde la calidad de la educación reglada obligatoria, pasando por la relajación en el cuidado y formación de las nuevas generaciones, hasta la prensa, en gran media amarillista, sensacionalista y favorecedora del morbo.
Es este artículo un cajón de sastre que pretende señalar los derroteros menos deseables por los que transitan los seres humanos y a la vez, apelar a esas actitudes subversivas que permiten rectificar y avanzar con los tiempos. Ese punto tan infantil y que paradójicamente entraña tanta madurez: la capacidad de cuestionárselo todo, aunque tan sólo sea para reafirmarse en que es lo correcto.
A causa de esta guerra, han aflorado con fuerza manifestaciones que debieron quedar en el pasado, porque nacen de otros tiempos y a ellos pertenecen. Lo mismo que un conflicto de estas características no se entiende, desde mi punto de vista, algunas aseveraciones aferradas con fuerza en los labios de personas anónimas, presentadores y políticos, tampoco. Lo mismo que en los tiempos duros de la pandemia sanitarios de todo rango se vieron abocados a convertirse en héroes forzosos, en el presente, los varones ucranianos de dieciocho a sesenta años sean cuales sean su formación, capacidad y habilidades, deben permanecer en el país y resistir como puedan para frenar el avance de las tropas invasoras. Ellos solos, ellos con los deficitarios medios con los que en gran medida ese sector de la población civil cuenta para protegerse hasta el último hálito si el fatal y probable desenlace les alcanza. Porque así son las cosas. Mujeres y niños primero, ¿recuerdan?
Mujeres y niños refugiados, hombres condenados. Es así y lo es en base a una argumentación reduccionista: el sentido biológico impera sobre todas las otras cosas y llegamos a un escenario en el que se sitúa la supervivencia de la especie por encima de todo lo demás. A partir de aquí, seguimos y diseccionamos.
La dimensión de los ataques se mide y se agrava en función de las víctimas infantiles que se cobra. Después de ellos, las pérdidas de vidas humanas en la flor de la vida le siguen en la escala y ésta finaliza con miembros de la tercera edad. Simple, como la vida misma. Asumido está, que dentro de este esquema de razonamiento, la vida de un infante vale más que la de una mujer y la de una mujer más que la de un hombre. Pero todavía podemos hilar más fino.
Dentro de estos grupos pueden identificarse subgrupos fácilmente. Así, por ejemplo, la vida de una madre es más preciada que la de otra mujer que no tiene descendencia y no te atrevas a contravenir nada de lo expuesto hasta el momento porque, ¿qué clase de persona eres? Los niños son inocentes atrapados en esta situación, el viejo al menos ya ha consumido la mayor parte de su vida, la mujer tiene derecho a que su integridad sea preservada para que algún día pueda completarse como persona formando una familia y al soltero, nadie le echará en falta; nadie depende de él ni tiene a nadie que lo añore en la rutina del hogar.
Arrastramos también en nuestra forma de pensar elementos propios de la cultura de la cual formamos parte. De herencia fuertemente cristiana, la familia y todos sus conceptos y elementos asociados son un fuerte pilar a través del cual sustentar nuestras vidas y esquema de pensamiento y por ende, bajo circunstancias en las que esta unidad fundamental se ve amenazada, la respuesta de la inmensa mayoría de la sociedad civil y política es precisamente esa a la que estamos asistiendo, pasando inadvertidas señales de actitudes no tan nobles como micro machismos y otros tipos de violencia y desigualdades. Lo habrán apreciado con claridad, cuando más arriba se enunció que la mujer tiene derecho a completarse experimentando la maternidad.
Es indiscutible que la infancia debe ser protegida de vivir de cerca este tipo de conflictos y lo es en base a muchos motivos: porque se trata de personas que no han alcanzado su madurez en el más amplio sentido de la palabra, no se trata únicamente de una referencia a su minoría de edad, sino mismamente por el peligro psicológico que entraña para sus mentes, aun en formación, tener que procesar tantas formas de violencia y destrucción de manera repentina y a gran escala. Menos entendible lo es para mí, que se mida por este mismo rasero a la población femenina adulta. Habrá a quienes podrá parecérselo, pero no se trata de una opinión precisamente feminista. En todo caso, condescendiente; una indulgencia que no esconde otra cosa que un concepto y una concepción que creíamos haber dejado atrás: el del sexo débil. Las mujeres somos adultos igualmente funcionales y perfectamente capaces de desempeñar las mismas acciones que los hombres y viceversa. Lo que sobra en las unas es la inercia social, cultural e histórica y para los otros, la voluntad. Hablando siempre en términos globales, pues claro está, hay individuos de uno y otro lado que afortunadamente escapan a estas generalidades.
Aun así, todo lo dicho es independiente del hecho incuestionable de que nada de esto debería estar sucediendo. No deberíamos estar así, aniquilándonos entre nosotros, provocando padecimientos colaterales y no por ello menos innecesarios, en aquellos seres con quienes compartimos este planeta, reduciendo a cenizas el medio que nos acoge y nos da de comer. Es una afirmación extremadamente obvia y estremecedoramente ignorada. ¿Quién sabe si todo se echó a perder con la aniquilación del hombre del neandertal por nosotros, los sapiens sapiens? De las dos, la especie más violenta, la nuestra, insisto, se impuso y es este punto, a día de hoy científicamente irrefutable. Atrás quedó la nobleza y la comunión con el reino natural. Cuando la doble afirmación se convirtió en falsedad y algunos destellos a lo largo de la historia, reclaman la vuelta del espíritu de nuestros antepasados, latente y a veces patente en el comportamiento de individuos y colectivos.
Nuestro referente a este respecto como masones, es la etapa ilustrada. Construyamos, hermanos y recordemos: que nuestros trabajos inspiren nuestra conducta fuera del templo, que la luz que los ha iluminado siga brillando en nosotros, a fin de que acabemos fuera la obra comenzada en el templo. ¡Al progreso de la humanidad!
He dicho. Hna:. Eurídice, al Or:. de Oviedo