Reflexiones confinadas de una Maestra Masona
“Nosotros mismos somos nuestro peor enemigo. Nada puede destruir a la humanidad, excepto la humanidad misma.” Son palabras del pensador francés Pierre Teilhard de Chardin que en estos tiempos más que nunca deberían actual como la voz de la conciencia en cabeza de todos. Partiendo desde el principio, hay que decir que somos la especie tecnológicamente más evolucionada y la única capaz de desarrollar un pensamiento filosófico. La misma especie que, en base a su supremacía, esquilma el medio natural y hace de la tierra un infierno para los animales. Esto último parafrasea al filósofo alemán Arthur Schopenhauer. No voy a ser yo quien cuestione la inteligencia del ser humano, pero desde luego sí que parece empíricamente demostrado por nuestros actos a lo largo de la historia, que demasiadas veces la inteligencia está reñida con la responsabilidad individual y colectiva.
El análisis de la historia de la evolución humana desde una perspectiva somera y profana puede inducirnos a error y llevarnos a pensar que nuestras virtudes como especie se circunscriben a las características de la personalidad del Homo sapiens. Pero no es así. Existen evidencias científicas respecto al denostado hombre de Neandertal de comportamientos artísticos, rituales, altruistas y compasivos.
Sé que un gran número de personas de nuestra sociedad opina que la actual crisis sanitaria ha tenido un contrapunto positivo representado por la voluntad individual de reforzar los lazos comunitarios pese al llamado distanciamiento social que, por otro lado, considero más correcto denominar distanciamiento físico. Con toda la tecnología de la que disponemos para comunicarnos a distancia y de tantas maneras, el único contacto impedido es el corporal.
Mi opinión, dista mucho de encajar con esa falsa sensación de unidad que parece haberse instaurado en la mente colectiva. Y ahí va una lluvia de razones que me llevan a rescatar más sabiduría popular del refranero. Que el infierno son los otros y que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
La carencia de provisiones durante los primeros días del estado de alarma no fue resultado de un desabastecimiento del mercado, sino producto de nuestra avaricia, que puso por delante el acaparamiento relegando al olvido un comportamiento más lógico y ordenado que contemplase el bien común y la propia salvaguarda de nuestra salubridad. Todos recordaremos aquellas imágenes de supermercados colapsados por gentes con un miedo terrible a una hipotética e inmediata escasez de alimentos pero sin ningún tipo de temor ante un eventual contacto, prescindiendo de toda distancia de seguridad. Una ausencia de temor, que ha perdurado en el tiempo. Aún hoy, pese a todas las informaciones en prensa visibles también en los establecimientos, hay quienes no respetan ese nuevo espacio vital excepcionalmente ampliado.
Pero la temeridad y la imprudencia se extiende más allá de este ámbito. Y las picarescas cotidianas para saltarse un imperativo que afecta a todos por igual nos siguen poniendo a todos en peligro. Con la llegada de la nueva normalidad, el gobierno declaró que confía en la responsabilidad individual para el cumplimiento de las normas del desconfinamiento. Vamos apañados, mucho Resistiré a todo volumen, pero poco autocontrol para hacer las cosas como debemos y no como querríamos.
El respiro que esta etapa de confinamiento le dio a la tierra retrocederá en cuanto la antigua normalidad regrese y reestablezcamos nuestros viejos hábitos de movilidad y consumo. Ya desde los primeros momentos de la nueva normalidad aparecieron señales de ese camino que recorreremos. Los residuos abandonados para combatir esta pandemia están llegando ya a espacios naturales terrestres y marinos y generan un peligro más inminente en nuestras calles.
Como último apunte, me gustaría tratar el tema del aplauso sanitario y empezaré definiéndolo con otras dos palabras: vergonzoso, indignante. Ningún trabajador del sector es un héroe, ni quiere serlo, son personas. Personas que necesitan unos medios y una previsión por parte de nuestros gestores públicos que no ha habido. Como resultado de ello sí que podría decirse que se han visto abocados a convertirse en héroes forzosos o soldados de primera línea. Infantería de choque con estudios superiores. Su labor a pie de calle estaba ya plenamente reconocida y animo a todos aquellos que se asoman al balcón a las ocho de la tarde a que mantengan sus manos ocupadas en otras labores más productivas. Estoy segura de que los sanitarios quieren esos aplausos en la cara de los políticos que no comprenden que están ahí para ofrecer un servicio público y se dedican a vivir del cuento. Obviamente no estoy animando a que ese aplauso en la cara sea literal, yo querría esa literalidad en las urnas. Me gustaría ver a todos esos representantes de la vieja política y falsos portavoces de la regeneración democrática en las filas del INEM.
Y por favor, está muy bien reconozcamos la labor de otros profesionales que con anterioridad a esta situación pasaban desapercibidos, pero que esa nueva perspectiva se mantenga, que no caiga en el olvido. El trabajo dignifica y ninguna profesión debe ejercerse desde la vergüenza. La única deshonra es vivir del trabajo de otros.
Después de todo esto, digo no. Ya soy adulta para ser tan ilusa. Este confinamiento es como una navidad estival. Cuando todo pase, el amago de bondad se retirará y podremos volver a salir a la calle sin mascarilla, pero portando la misma máscara de siempre.
He dicho. Hna:. Eurídice, al Or:. de Oviedo