Desde su fundación, se ha progresado de forma significativa hacia el reconocimiento de la importancia de los derechos fundamentales dentro de la Unión. El Tratado de Amsterdam estipula que “la Unión se basa en los principios de libertad, democracia, respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y el Estado de Derecho, principios que son comunes a los Estados miembros”. Este tratado obliga a los Estados Miembros de la Unión a respetar, que no cumplir, el Convenio Europeo de los Derechos Humanos de Roma (1950).
Los tratados de Maastricht y de Amsterdam supusieron un avance en la protección de los derechos fundamentales de la Unión Europea, reconociendo, el derecho de libre circulación de los ciudadanos dentro del territorio de la Unión o la no discriminación contra individuos o grupos por motivos de sexo, de origen racial o étnico, religión o creencia, discapacidad, edad u orientación sexual.
La Carta de Derechos Fundamentales para Europa (1999) reafirma posteriormente la dimensión social de la integración europea, destacando la importancia de proteger los derechos fundamentales a nivel europeo
Por tanto, han sido varios los pasos dados en el camino de plasmar por escrito un conjunto de directrices que resulten en una necesaria protección real y efectiva de los derechos fundamentales de los ciudadanos y trabajadores europeos. O al menos, que lo parezca. Puesto que ni es un sentir unánime de toda la ciudadanía, ni existe un sólo estado que cumpla con todas estas declaraciones de intenciones de manera íntegra. Parecen, más bien, un conjunto de tratados, acuerdos, declaraciones, con los que limpiar nuestras conciencias mientras alimentamos nuestra hipocresía.
O ¿de qué otra manera se puede justificar la libre circulación de ciudadanos mientras se cierran fronteras? o mientras pagamos a Turquía para que haga de cortafuegos con los flujos migratorios, o mientras alimentamos el fondo del mediterráneo con vidas ahogadas, ¿cómo se puede pretender universalizar ciertos derechos y acotarlos únicamente a nuestro ámbito doméstico? O ni eso, porque ¿cómo podemos dar soporte logístico a los infames vuelos de la CIA hacia Guantánamo? ¿Cómo se puede hablar de condiciones de trabajo dignas si luego consumimos y negociamos con terceros países a los que no exigimos el mismo nivel teórico de cumplimiento? ¿Cómo un estado puede suscribir que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” a la vez que mira para otro lado cuando no pone coto a la importación de esclavas sexuales para nuestros burdeles?
Ni el convenio europeo de derechos humanos ni la carta social europea son suficientemente amplios, ni su aplicación legal suficiente para garantizar el conjunto completo de derechos civiles, políticos, sociales y económicos que propugnan.
Nuestra Europa, vanidosa y soberbia, redacta cínicas cartas de derechos humanos y pretende ser abanderado de su extensión por el mundo, cuando desconoce mirarse al espejo, desconoce el uso de la regla con la aplicación de la misma en su ámbito, desconoce la plomada para equilibrar a su historia increíblemente sangrienta, desconoce que aquello que sobra en cualquier estado supuestamente de bienestar, debe ser eliminado a golpe de maza y cincel en su portal antes de mirar al del vecino. ¿Cómo podemos dar lecciones a la vez que elaboramos -sin apenas repercusión alguna- censos de población de etnia gitana en nuestra vieja Europa?
Los ideales de la masonería impregnan la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero aún falta ponerlos en práctica de manera real, tangible. Pasar de la teoría a la realidad, sabiendo que son múltiples y muy poderosos los enemigos para que esto sea sea verdad. Y un derecho sólo llega a ser verdad cuando se universaliza y se conquista de forma efectiva por toda la ciudadanía, sin excepción, en su contexto histórico.
Los derechos que por su importancia deben ser garantizados son aquellos cuya defensa es necesaria para la paz, los derechos de igualdad de las minorías que garantizan un pleno multiculturalismo y los que protejan a los débiles frente al más fuerte. Estos derechos conquistados son indispensables para el fortalecimiento de la dimensión social de la UE y para la salvaguardia y el desarrollo del modelo social que buscamos. El respeto de los mismos debe convertirse en parte integrante y coherente de los compromisos y demandas de la UE y sus estados miembros en las relaciones exteriores y comerciales con otros países. Porque Europa no es solamente la UE, sino también Rusia, Ucrania, Polonia, Hungría o Rumanía, y nuestras mercancías, armas por ejemplo, están en este momento camino de Arabia Saudí. Países con los que se mantienen relaciones comerciales y que violan sistemáticamente los derechos humanos.
Europa, donde determinadas élites utilizan el capitalismo moderno como arma contagiando el miedo a perder los sistemas de garantías, se encuentra siempre en constante tensión interna, y en ese escenario los derechos humanos suelen ser los damnificados frente a otro tipo de intereses. Las crisis económicas, cíclicas, son por tanto necesarias por el sistema para infundir miedo como facilitador para que aceptemos prescindir de libertades y así conseguir reducir los derechos adquiridos.
Por último, conviene mantener una visión general, y ser conscientes de que, a medida que en Europa se avance en este campo, se estará aumentando la brecha existente respecto a otros países. Estaremos marcando aún más las diferencias con el resto. Tal y como está planteado, muy probablemente estaremos sosteniendo nuestra frágil y material prosperidad a costa de limitar a terceros los derechos que para nosotros mismos exigimos. Y recordando a José Martí, “quien tiene un derecho no obtiene el de violar el ajeno para mantener el suyo”.
Hemos dicho, R.·.L.·.El Trabayu nº 2.087, al Oriente de Xixón, a 31 de Marzo del 2.019 (e.·.v.·.)